SENDEROS DE GLORIA
Hay directores que han pasado a la historia tanto por sus formas de narrar, como por aportar un punto de vista personalmente diferente del resto o por trascender más allá de lo esperado. Stanley Kubrick es sin duda uno de ellos. Uno de los directores más aclamados y admirados desde que se consolidó esto del cine, y ya desde el inicio de su carrera, con películas como Senderos de gloria (Paths of glory), fue marcando una huella que quedaría impresa para siempre en el imaginario colectivo.
Hay películas clásicas que pasan olimpo del cine por motivos
tan dispares como su impacto en el estreno, su revolucionaria historia o
empujadas por el poderoso sentimiento de la nostalgia por un tiempo ya pasado,
pero Senderos de gloria es hoy tan
moderna, tan contemporánea como rompedora en su momento. Uno ve esta película
de Kubrick como si de una película de pleno siglo XXI se tratase, con una
normalidad insólita y casi inaudita. Salvo por el evidente paso del tiempo
tangible en el blanco y negro y la falta de medios tecnológicos que el genio
norteamericano se esforzaba en combatir no hay resquicio para recordar que
estamos ante un clásico, ante una obra de 60 años de antigüedad. Uno la
disfruta en su totalidad, en la genialidad de la técnica, en el buen hacer de
su reparto y en la crudeza del relato. Un conjunto brillante ayer, hoy y
mañana.
Uno no podrá borrar nunca de su cabeza esos interminables
planos que recorrían de principio a fin unas trincheras infectas, plagadas de
una tropa mutilada y desmoralizada mientras un cruel y altivo general se pasea
con su impoluto uniforme lleno de estrellas y condecoraciones. También llama la
atención la compleja carga de la vanguardia francesa por el campo de batalla,
plagada de explosiones, cráteres de bombas y soldados saltando por los aires,
secuencias impactantes que uno no espera ver en una película de hace tanto
tiempo. Es una película bélica pero también un drama judicial, y en ambas
facetas Kirk Douglas brilla como todopoderosa y omnipresente estrella, capaz de
desenvolverse a la perfección ante iguales, superiores y en medio del fragor de
la batalla encarnando a un hombre cargado de principios.
Pero por supuesto no solo cala el aspecto visual, sino la
valentía de un mensaje duro y desolador, alejado de cualquier tufo académico o hollywoodiense
por antonomasia, que desalienta al espectador dejándole vacío por dentro. En
pocas ocasiones uno ha sentido ese malestar, esa rabia incontenible ante
tamañas injusticias vistas en una pantalla. En definitiva, un conjunto
imprescindible y glorioso en todos los sentidos.
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